
El trekking por las selvas nubosas de Ruanda es un viaje a un pasado remoto, donde los árboles centenarios y la vegetación exuberante se entrelazan en una danza de misterio. El Parque Nacional de los Volcanes, hogar de los gorilas de montaña, es un santuario que parece detenido en el tiempo, y caminar por su terreno desafiante me transportó a un mundo primitivo, donde la civilización aún no ha dejado su huella.
El sendero, empapado de humedad y cubierto de raíces, se eleva y desciende por la jungla, cada paso más resbaladizo que el anterior. Pero con cada paso, también sentía que me acercaba más a algo irrepetible. A pesar de la dificultad, la serenidad del entorno era profunda, y todo lo que me rodeaba parecía decirme que lo que estaba a punto de vivir valía la pena. La selva vibraba con los sonidos de la naturaleza, pero todo se volvía silencioso al acercarnos al refugio de los gorilas.
En el Refugio de los Gorilas

Al final del camino, entre la niebla que envolvía la montaña, apareció la familia de gorilas Muhoza, y el aire se llenó de una reverencia que no pude evitar sentir en cada fibra de mi ser. Frente a mí, esos gigantes gentiles se movían con una gracia inesperada. Su presencia, tan imponente como silenciosa, era un recordatorio de la fuerza y la calma que habitan en el corazón de la naturaleza. Mirar a los ojos de un gorila en su hábitat natural es un encuentro que desafía las palabras. Sus miradas, cargadas de una sabiduría ancestral, parecían leer mi alma, como si supieran más sobre mí que yo misma.
El entorno, denso y misterioso, se desdibujaba en una niebla que los rodeaba, creando una atmósfera aún más etérea. Verlos en su hogar, sin el peso de la cautividad, moviéndose con una libertad que les pertenece por derecho, fue un privilegio tan profundo que el tiempo mismo pareció detenerse. No se trataba solo de observar a los gorilas; se trataba de ser parte de su mundo, aunque por un breve momento.

En ese espacio montañoso, rodeada de árboles antiguos y el murmullo de la jungla, me sentí pequeña ante la magnificencia de la vida salvaje. Los gorilas, con su poder silente y su majestuosidad tranquila, me recordaron lo que significa estar en el corazón de la naturaleza. La conexión que sentí con esos seres tan cercanos y a la vez tan distantes en su esencia, fue una experiencia transformadora, una que quedó grabada en mi ser como una de las vivencias más conmovedoras de mi vida.
El trekking por la selva de los volcanes ruandeses, la niebla que cubría todo y, sobre todo, el encuentro con los gorilas, fue una aventura que me hizo sentir que el tiempo y la distancia entre el ser humano y la naturaleza pueden desvanecerse en un solo instante. En su presencia, comprendí que no necesitamos palabras para conectar con la verdadera grandeza de la vida.