
Llegar a Whistler es llegar a un mundo de fantasía. Desde el aeropuerto de Victoria, un chofer del Whistler Car Service nos recibió con amabilidad elegante y discreta. El camino serpenteaba entre paisajes que parecían pintados para ser admirados lentamente. Montañas nevadas, bosques eternos, lagos inmóviles. Una ruta escénica donde el silencio tenía forma y el tiempo se estiraba como las nubes entre las cumbres.
Como un acto de magia, apareció Whistler. Desde abajo, las montañas parecían tocar el cielo, y al subir a ellas, entendí por qué este lugar es considerado el corazón blanco del continente. La nieve tenía la textura de un secreto bien guardado, y el aire helado, lejos de alejarte, me llamaba.

Decidí explorar la montaña con un guía profesional, con clases de esquí. Las lecciones fueron privadas, hechas a medida, como un traje de invierno que se ajusta justo a tu ritmo. El instructor era un poeta del movimiento. Cada indicación, cada giro en la pendiente, era un paso en la coreografía que dibujábamos sobre la nieve.
La montaña Blackcomb se alzaba como una catedral natural. Sus lifts nos elevaban no solo en altura, sino en emoción. Desde lo alto, el mundo era un mapa en blanco. Cada bajada era una conversación con el viento, un reto al equilibrio, un juego de gravedad y voluntad, y luego, la famosa góndola PEAK 2 PEAK, un vuelo suspendido entre Whistler y Blackcomb, un puente en el cielo que une lo posible con lo imposible. Allí arriba, el mundo se detenía por segundos: las cumbres, los valles, los árboles congelados en su propio silencio.

Whistler Blackcomb, en la majestuosa Columbia Británica, es el resort de esquí más grande de Norteamérica, un universo blanco que ofrece aventuras durante todo el año para espíritus de todas las edades y niveles. Con más de 8,000 acres esquiables, más de 200 pistas, 16 bowls alpinos y tres glaciares, esta montaña es un paraíso para los amantes del polvo profundo, los bosques ocultos y las pistas perfectamente trazadas. Todo está conectado por 35 lifts que surcan el cielo, incluida la inigualable góndola PEAK 2 PEAK, que une cumbres como un puente entre sueños. Aquí, cada descenso es una historia y cada jornada en la nieve, una celebración del asombro.
El pueblo de Whistler me esperaba abajo con sus luces cálidas, como si quisiera envolverme, seducirme. Pero arriba, en la nieve, donde el frío se vuelve libertad y el cuerpo se convierte en ala, comprendí que esquiar es una forma de presencia, de estar por completo en el momento.
Whistler es un lugar donde uno se encuentra. En la velocidad, en la pausa, en el frío que renueva, en el aire que libera. Y cada vez que la nieve vuelva a caer, sabré que en algún lugar del mundo hay una cima blanca esperándome, como una página nueva, como una pista lista para ser escrita con mis propios pasos.
