
Victoria despierta en primavera como una acuarela que se pinta sola, sin prisa pero con certeza. Los días se alargan como suspiros cálidos, el sol acaricia suavemente los tejados antiguos y el aire, fresco y puro, parece recién nacido. Las flores se abren en cada rincón con una elegancia que no necesita anuncio: cerezos, magnolias, narcisos, todos en danza silenciosa con la brisa marina que llega desde el estrecho de Juan de Fuca.
Caminar por Victoria en esta estación es recorrer un poema vivo. Cada calle se convierte en un sendero amable, cada esquina ofrece una nueva sorpresa: un café escondido, una tienda que parece sacada de otro tiempo, un banco bajo un árbol en flor. No es casualidad que esta ciudad haya sido reconocida como una de las más caminables del mundo; es simplemente natural. Son más de 400 senderos los que atraviesan su geografía como venas tranquilas, llevando a los visitantes desde el bullicio discreto del centro hasta la quietud de parques y miradores.

El aire aquí se siente diferente. Tal vez sea por la cercanía del mar o por la presencia constante del verde. Lo cierto es que respirar en Victoria es un acto de gratitud, y cada paseo se convierte en una experiencia sensorial. A medida que uno avanza por sus calles, entre jardines públicos y fachadas victorianas, va entendiendo por qué esta ciudad ha sido llamada una de las más encantadoras de Canadá, ocupando orgullosamente el segundo puesto entre las más “cool” del país.
La primavera también trae reconocimientos y celebraciones. En los barriles de roble de Macaloney’s Distillery reposa una historia de excelencia. Este año, una vez más, sus whiskies han sido premiados con oro en las competencias internacionales, demostrando que la artesanía canadiense puede rivalizar con los nombres más grandes del mundo. Cada gota lleva en sí la pasión de quienes entienden el tiempo como un ingrediente esencial, igual que la primavera entiende de ritmos y ciclos.
La hospitalidad local no se queda atrás. Tres hoteles de Victoria han sido reconocidos entre los mejores del país, con Abigail’s Hotel encabezando la lista. Allí, el descanso es casi un arte, una extensión del paisaje que invita a quedarse un poco más, a dejar que la noche caiga lentamente mientras las flores siguen exhalando su fragancia delicada.
Así es Victoria en primavera: una ciudad que no necesita elevar la voz para ser escuchada. Su belleza serena, su elegancia sin esfuerzo y su espíritu acogedor convierten cada visita en un regreso al equilibrio. Mientras las estaciones se suceden y las flores siguen su curso, Victoria se afirma como un rincón donde el tiempo se desliza, suave y lleno de promesas.
