
En lo alto de Whistler, donde el aire lleva la fragancia de los pinos y la nieve susurra cuentos antiguos, descubrí un refugio inesperado: Steeps Grill & Wine Bar. No fue solo una comida, fue un instante detenido, una sinfonía de sabores que hablaba el idioma de la tierra.
Entrar allí fue como abrir la puerta a un paisaje comestible. Todo parecía contar su historia: el queso madurado en la brisa salina de Salt Spring Island, las hortalizas que aún recordaban el sol de Pemberton, el salmón que había conocido la corriente del Pacífico bajo los principios sabios de Ocean Wise. Cada ingrediente llevaba consigo un pedazo de mundo, y el plato se transformaba en mapa.

Me senté junto a una ventana que ofrecía vistas al resplandor blanco de las pistas, y pedí un vino que nacía no lejos de allí. El primer sorbo fue profundo, casi íntimo, como si las vides que lo engendraron aún guardaran la tibieza del verano. La copa tintineó suave sobre la madera, mientras llegaban los primeros aromas desde la cocina.
Las Yukon Gold Truffle Fries llegaron como un poema sencillo pero perfectamente medido: Grana Padano, sal marina, un aioli de ajo negro que parecía susurrar secretos. Cada bocado era cálido, crujiente, terroso. Me llevó a imaginar el campo bajo la lluvia, las manos que arrancan papas doradas del suelo y el sol cayendo oblicuo sobre los sembríos.
Pero fue el Short Rib Poutine el que me hizo cerrar los ojos. Las papas estaban cubiertas de una lluvia de queso cheddar envejecido y cuajadas de amor con curds de B.C., bajo un manto oscuro y sedoso de salsa de vino tinto. La carne, tan tierna, se deshacía al toque, como si hubiese esperado pacientemente ese momento de entrega. Era más que un plato: era una conversación entre el tiempo y el fuego.
Y todo allí parecía responder a una filosofía que se sentía más como una promesa: respetar lo cercano, honrar lo natural, dejar que el sabor cuente la historia de su origen. No había prisa. El ambiente invitaba a saborear, a contemplar, a dejar que el vino hablara mientras la montaña respiraba en la distancia. Al salir, la nieve seguía cayendo en silencio, y el frío me recordó lo cálido que había sido el alma de esa cocina. Steeps es un lugar donde la comida tiene raíces, donde el gusto es memoria y la experiencia, poesía.
