Desde Buenos Aires hasta nuestra mesa

Hay fuegos que no se apagan. Que atraviesan océanos, cruzan fronteras y encienden memorias. Así es el fuego de La Cabrera, esa llama argentina que ha viajado desde las entrañas de Buenos Aires hasta los rincones más vibrantes del mundo. Este fin de semana, encontró un nuevo hogar en el corazón de la Colonia Roma, donde el humo tiene perfume de celebración y la carne se convierte en rito.

Bajo la mirada del Chef Marcelino Castro —maestro del asado y alma de esta nueva casa—, y en presencia de la excelentísima Embajadora de Argentina, María Gabriela Quinteros, las brasas se alzaron como bandera y la hospitalidad se sirvió en copas generosas. Fue más que una inauguración: fue una ceremonia en la que el alma porteña se fundió con la energía bohemia de la Roma, creando un espacio donde el tiempo se mide en cortes jugosos y sobremesas largas.

El ambiente de La Cabrera no se describe, se siente. Manteles blancos, madera viva, detalles que abrazan sin formalismos, y una parrilla que habla, que chispea, que invita. Aquí el fuego no se esconde: se muestra, se comparte, se escucha crepitar. Marcelino lo sabe bien. “El fuego es un show, es un imán para la gente”, dice. Y tiene razón. Verlo cocinar es como presenciar una danza ancestral, un homenaje a todos los asados de domingo que han tejido la historia de tantas familias.

Los cortes son protagonistas. El ribeye, asado de tira, y esa joya secreta llamada “arañita” —que los carniceros suelen reservar para sí mismos— desfilan por la mesa como si contaran historias. Las carnes, siempre de razas nobles y maduradas con precisión quirúrgica, son servidas con la confianza de quien no necesita adornos para conquistar. “La calidad no se negocia”, afirma Gastón Riveira, creador del concepto y guardián de la filosofía que ha hecho de La Cabrera una embajada del sabor argentino en el mundo.

El menú también se permite gestos de ternura local: postres que abrazan la tradición con un guiño chilango, vinos que cruzan los Andes para aterrizar en copas generosas, y pequeñas sorpresas que nacen del deseo de rendir tributo a la ciudad que los recibe.

En esta nueva casa, cada visita será una invitación al ritual del encuentro. Aquí la sobremesa es parte del menú; la charla se alarga, las risas suenan auténticas, y el humo perfuma los recuerdos. Como dice Gastón: “Prender el fuego es nuestra forma de dar la bienvenida”.


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