Un canto de autenticidad en Punta de Mita

Zicatela respira el aire del océano, el murmullo de las olas que se posa sobre la madera de mesas abiertas al cielo, la sal suspendida en la brisa como un suspiro que pide ser probado. En Punta de Mita, donde la costa se abre en abrazo azul, Zicatela se alza como un canto de autenticidad: aquí se viene a recordar qué significa saborear profundamente.

El chef Héctor Leyva Flores trae consigo los orígenes de Oaxaca, con su tierra fértil, sus maíces antiguos, sus mares generosos. De niño vio cómo el mercado era un escenario vibrante, donde cada pescador al alba se convertía en poeta, cada fruta madura en promesa. Esa memoria él la traduce en platillos que no solo llenan el hambre; llenan el alma. En Zicatela se halla la pesca local, los mariscos que acaban de salir del agua, los vegetales que aún guardan el rocío de la mañana, los sabores que nacen con raíces profundas y con alas ligeras.

La cocina de Héctor es una conversación: entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre lo que se cultiva y lo que se sueña. Hay platillos que cuentan historias de chiles ahumados, de hoja santa, de pulpo sobre brasas que chispean al caer la noche. Y hay creaciones que desafían las reglas sin romper el alma: como el taco de brócoli asado, cubierto con polvo de chiles y envuelto en el abrazo oscuro y místico de un mole negro que parece contar secretos al paladar. Es un platillo que lleva la humildad del vegetal al altar de lo sublime.

Los molotes de plátano macho, dorados y suaves como un atardecer de infancia, rellenos de camarones a la mexicana y bañados en un mole colorado que canta a la tierra y al fuego. Es una danza de dulzor, picor y salinidad que envuelve el alma. Luego llega el camarón jumbo, imponente y delicado, reposando sobre un mole encacahuatado que acaricia con su cremosidad tibia, acompañado de coliflor rostizada que cruje como hojas secas bajo los pies de quien se adentra en un bosque otoñal. Cada bocado es una escena, un acto, una epifanía.

El lugar es festivo sin estridencias, vibrante sin alharacas. Los colores de la decoración evocan la playa: tonos turquesa, arena, coral, textiles tradicionales que susurran al viento secretos de lugar y gente. Cuando la luz baja y el sol se desliza sobre el horizonte, las mesas frente al mar se convierten en altares de la luna creciente, con el oleaje como telón de fondo, y los aromas de chile, chocolate, pescado fresco y hierbas flotando en el aire.

Héctor Leyva forma parte de esta tierra tan vasta y ancestral. Ha viajado de costas a pueblos, de restaurantes modestos a cocinas exigentes, cultivando la mirada y el respeto por lo que la tierra y el mar ofrecen. En Zicatela, lo que encuentra, lo comparte con generosidad. Aquí propone un ritual de sabores, una manera de acercarse a México desde la honestidad del producto, con la valentía de la creatividad. Zicatela es el abrazo intangible entre lo genuino y lo sublime, entre Oaxaca y la costa, entre el chef y quien tiene el placer de sentarse a su mesa.


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