
El vino, como los grandes amores, se elige. Y elegimos, también, detenernos en los paisajes que nos hablan, en los aromas que nos despiertan, en la compañía que nos eleva. La noche caía sobre la Ciudad de México con la elegancia de quien sabe guardar secretos. Y entre sus luces titilantes y su pulso siempre vibrante, un rincón se transformaba en altar: TABLE, un espacio que albergó el evento donde celebramos los diez años de Monte Xanic Selección.

El evento fue un viaje sensorial, íntimo, hacia lo que representa la constancia. En cada mesa, en cada mirada cómplice, flotaba la certeza de que este vino —nacido de Malbec, Merlot y Cabernet Sauvignon— es más que una etiqueta: es una historia embotellada. Una historia que ha ganado medallas, sí, pero también admiración, respeto, y un lugar en la memoria de quienes lo han probado y no han podido olvidarlo.
Al llevar la copa a los labios, todo se detuvo. Aromas de cereza roja, arándano y ciruela bailaron con una suavidad embriagadora, mientras el cacao y las hierbas finas me susurraban cuentos de tierras altas y noches estrelladas en Ojos Negros. Cada sorbo era un poema sin rima, una oda sin palabras, una declaración de amor a la paciencia y al detalle.
Y mientras las notas de un cuarteto llenaban el aire de belleza, pensé en cómo esta Selección es también una promesa cumplida. Diez años de buscar lo mejor. De elegir lo más noble del valle. De atreverse a ser distintos, auténticos, profundamente mexicanos. De representar una tierra que no se conforma, que crea, que sueña.

Se veía al equipo de Monte Xanic moverse entre los invitados con esa mezcla de orgullo y humildad que solo tienen los verdaderos artistas. Hans Backhoff Guerrero, con palabras que resonaban en cada rincón del alma, habló de visión, de pasión, de cómo este vino nació de una idea valiente y se convirtió en un símbolo.
Monte Xanic Selección es un espejo de lo que podemos lograr cuando creemos, cuando elegimos con coraje, cuando cultivamos con amor. Es el vino que acompaña nuestras noches largas, nuestras celebraciones más íntimas, nuestras decisiones más difíciles. Cada copa era un capítulo, cada brindis una línea más de esa historia que Monte Xanic ha escrito con paciencia, sabiduría y alma.
