High Tea en las Nubes: Una Tarde en el Shangri-La Sydney

En Shangri La el tiempo parece inclinarse con elegancia, como un mayordomo bien entrenado, dispuesto a detener su marcha solo para regalarte una pausa inolvidable. En el piso 36 del Shangri-La en Sídney me encontré con un espacio que es como nube anclada al cielo, desde la cual se observa el mundo sin prisa y se saborea la vida en pequeñas porciones de belleza: el High Tea.

Subir hasta allí es dejar atrás el ruido del día, el vértigo de la ciudad y las prisas del calendario. Las puertas del ascensor se abren y, de pronto, el horizonte se vuelve protagonista. La bahía se despliega como un cuadro líquido, el puente se dibuja con trazo firme, y la Ópera de Sídney se posa como una joya blanca flotando entre reflejos. Nada más llegar, una sonrisa suave y una copa de champán dan la bienvenida, como si el cielo supiera que hemos llegado a su vestíbulo.

La mesa espera con un orden impecable, una coreografía de porcelanas finas, cucharillas que relucen, servilletas como pliegues de una carta aún sin leer. Entonces llega el té, y con él comienza el ritual. El vapor sube lento desde la tetera, y el aroma a jazmín, a bergamota, a vainilla envuelve la conversación. Cada sorbo es un silencio compartido, una forma delicada de detener el mundo.

Luego, el desfile. Una torre de tres niveles aparece como un castillo de cuentos. En la base, los sándwiches se alinean con precisión británica: pepino y mantequilla, salmón ahumado, huevo con eneldo. En el centro, los scones, tibios como abrazos, esperan ser abiertos y coronados con crema espesa y una mermelada roja como un rubí. Y en la cima, los dulces: mini tartas, éclairs, macarons, caprichos de azúcar que parecen pequeñas obras de arte diseñadas por hadas pasteleras.

Todo ocurre en un ritmo pausado, sin apuro, como si el universo decidiera girar más lento para no interrumpir este momento. Afuera, la ciudad continúa su danza de barcos, autos y turistas. Adentro, solo importa la taza entre las manos, la risa que brota sin estridencias, la sensación de estar flotando entre los sabores y la vista.

Hay algo profundamente íntimo en tomar el té en las alturas. Es como si la altura purificara los sentidos, y cada gesto —cortar un scone, pasar la leche, elegir el siguiente pastel— se volviera parte de un lenguaje secreto. Aquí solo una sinfonía suave que se compone con té caliente, vistas infinitas y dulzura en tres actos.


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