Santa Jacinta: el nuevo lujo natural

Hay nombres que parecen susurrados por la tierra antes de ser pronunciados por los hombres. Santa Jacinta es uno de ellos. Entre Lerma y Ocoyoacac, donde el bosque respira con lentitud y las montañas parecen custodiar cada amanecer, surge este desarrollo creado por Legorreta, cuya arquitectura honra la luz, el color y el silencio como si fuesen antiguos guardianes de la belleza.

Santa Jacinta se funde en el paisaje, como si siempre hubiese estado ahí, aguardando a que alguien lo descubriera. Allí donde el aire huele a tierra húmeda y a hojas recién abiertas, el proyecto despliega senderos que invitan a caminar sin prisa, a escuchar el murmullo de los árboles y a reconciliarse con ese ritmo interior que la ciudad suele arrebatarnos. A solo quince minutos de Santa Fe, este refugio ofrece un respiro profundo, un recordatorio de que lo esencial sigue existiendo cuando nos permitimos detenernos.

En noviembre, las puertas de su showroom —alzado en el corazón moderno de Santa Fe— se abrieron por primera vez. En el Edificio Euro Ten, los visitantes cruzaron un umbral que parecía transportarles a otra posibilidad de existencia: un anticipo del lujo silencioso que Grupo La Santísima ha cultivado con paciencia y convicción a lo largo de seis desarrollos. Allí, entre modelos arquitectónicos delicadamente iluminados y texturas que evocaban cortezas, piedras y lagos, cada persona podía imaginarse viviendo dentro de un susurro, lejos del estruendo cotidiano, pero sin renunciar a la sofisticación que hace amable la vida.

Porque Santa Jacinta propone una forma de habitar el tiempo. En este enclave, la naturaleza es la anfitriona y la arquitectura es apenas una invitada respetuosa, construida para dialogar con el entorno y no para dominarlo. Las líneas de Legorreta acarician la luz como si fuese una aliada antigua; los colores juegan con la sombra y el sol en una coreografía que parece diseñada por la memoria del propio bosque.

El hípico, concebido como un santuario para quienes encuentran en los caballos una forma de libertad, se despliega amplio y sereno, rodeado por los mismos árboles que observan el trote con una paciencia casi humana. Las amenidades se distribuyen como delicados gestos: espacios pensados para que el cuerpo se relaje, para que la mirada se eleve y para que el espíritu recuerde lo que es sentirse acompañado por la naturaleza.

En Santa Jacinta, cada amanecer parece nuevo y al mismo tiempo antiguo, como si hubiese sido ensayado durante siglos para llegar a este instante. La luz cae sobre las fachadas con un dorado que recuerda a los primeros tonos del otoño; por la tarde, los colores se encienden con un fulgor silencioso, y al anochecer, las sombras del bosque se vuelven aliadas del descanso. Vivir aquí es sentir cómo los días se expanden y se desdoblan, regalando pequeños rituales cotidianos: el sonido de los pájaros que regresan, el aroma del pino que se intensifica tras la lluvia, la tibieza del sol filtrándose entre las ramas.

Santa Jacinta es un homenaje. Un poema construido en madera, piedra y luz. Un destino que se lleva en el corazón mucho antes de habitarlo. Un susurro que invita a respirar, a bajar el ritmo, a reencontrarse con lo esencial – una nueva interpretación del nuevo lujo natural.


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