Desde Aman Kyoto con Amor: Parte 1

Entrar a Aman Kyoto es atravesar un umbral donde la historia, la naturaleza y la serenidad convergen en un abrazo silencioso. La hermosa ciudad de Kioto se percibe distante pero esta presente en cada rincón, en cada detalle. Este refugio es un reino de altos arboles cuyas hojas se tornan amarillas, naranjas, rojas y moradas en una oda al otoño. Sus ramas dibujan sombras que se mueven suavemente con la brisa, mientras el elegante The Living Pavillion y los jardines impecables parecen susurrar secretos que solo el tiempo y la contemplación pueden revelar.

Cada paso en Aman Kyoto invita a la pausa. Los caminos de piedra se deslizan entre musgo y agua que refleja el cielo, y uno se sorprende al darse cuenta de que la respiración se vuelve más lenta, más profunda, como si el espacio obligara a escuchar el propio cuerpo. Las habitaciones y villas son templos de silencio; los interiores, de madera y tatami, respiran con discreción, y el tacto de cada superficie recuerda que la perfección está en la atención al detalle, a la cultura, a lo autentico. Abro una ventana me encuentro con la naturaleza que rodea el lugar; un arce rojo se refleja en el agua y el murmullo lejano de un arroyo parece acompañar el paso del tiempo.

Los jardines del Aman Kyoto son silencios vivos. Caminar por ellos para mí es descubrir la poesía del alma de Japón. Cada sendero parece diseñado para que el alma encuentre su propio ritmo, para que la mente se aquiete, para que cada paso se convierta en una meditación. Los caminos me llevan al nuevo Tea House Senkutsu.

Escondida al final de un sendero cubierto de musgo, dentro del jardín secreto de Aman Kyoto, se encuentra este Tea House, un refugio donde la calma se convierte en experiencia tangible. La casa de té, construida con madera de cedro Kitayama y arcilla de Takagamine, parece surgir del paisaje mismo, como si hubiera estado esperando ser descubierta. La luz se filtra suavemente a través de los paneles shoji, creando un juego de sombras que danza sobre los tatamis y las paredes de barro, mientras el aire se llena del aroma del tatami y del agua que hierve lentamente.

Cada detalle, desde los alcoves decorados con flores de temporada hasta la entrada baja nijiriguchi que invita a la humildad, está pensado para sumergir al visitante en el ritual milenario del chanoyu, la ceremonia japonesa del té, donde cada gesto se convierte en meditación y cada sorbo en una pausa para el espíritu.

Tea House Senkutsu ofrece dos salas que abrazan la tradición y la accesibilidad: la primera, pequeña y ceremonial, invita a agacharse y entrar con respeto a un espacio íntimo de cuatro tatamis, donde el tiempo se ralentiza y la contemplación se vuelve natural; la segunda, de estilo ryu-rei, permite sentarse en sillas y experimentar la esencia de la ceremonia con comodidad, conectando también con la mizuya, un lugar polivalente para talleres de arte, ikebana, caligrafía o preparación de wagashi. Cada rincón refleja la filosofía omotenashi, el arte japonés de la hospitalidad, y cada elemento, desde los artesanos que tallaron la madera hasta los maestros que supervisaron el diseño, ha sido elegido para crear un santuario donde la tradición y la serenidad se encuentran, ofreciendo a los visitantes un instante de armonía, introspección y profunda conexión con la cultura japonesa.

Salir del hotel en bicicletas eléctricas fue una forma distinta de leer Kioto, más lenta y más cercana, dejando que el aire fresco y el sonido tenue de las ruedas marcaran el ritmo del trayecto. El camino hacia Imamiya Shrine se sintió casi ceremonial, con calles tranquilas y fragmentos de vida cotidiana que aparecían sin esfuerzo, hasta llegar a ese santuario discreto donde la espiritualidad se vive con sencillez y arraigo.

Continué hacia Murasakino Daitokujicho, pedaleando entre zonas residenciales y silencios verdes, con la sensación de estar atravesando capas menos visibles de la ciudad. Fue un recorrido sereno, íntimo, que permitió que el paisaje y el movimiento se fundieran en un mismo gesto de contemplación.

Al caer la tarde, la luz dorada inunda los pasillos y jardines, y linternas comienzan a encenderse con suavidad, creando un juego de sombras que invita a quedarse, a contemplar, a sentirse parte de un instante suspendido. Me siento frente a la fogata del The Living Pavillion del hotel y degusto un exquisito sake caliente. En este momento de paz me dejo llevar por una armonía que envuelve todos los sentidos.

Cada instante vivido aquí se mantiene como un susurro en mi memoria: la quietud de los jardines, la suavidad de la habitación, la armonía de la gastronomía, recordando que el verdadero arte del hospedaje es crear espacios donde el el destino y su alma están en todo instante presentes, donde tiempo se vuelve amable, donde cada momento es una joya preciosa que decora con destellos la memoria.


Leave a comment