
En un bello rincón de Francia, donde el río danza entre colinas y bosques, descubrí La Dordogne Perigord, un lugar que susurra historias de tiempos antiguos. Un refugio donde la naturaleza y la historia se entrelazan, esta región se revela como un tesoro escondido en el corazón de este hermoso país. Sus paisajes, adornados con campos dorados, bosques frondosos y acantilados escarpados, ofrecen una paleta de colores que cambia con las estaciones.
En La Dordogne Perigord, los castillos medievales se alzan majestuosos, vigilantes de un pasado glorioso, mientras las cuevas prehistóricas, como Lascaux, cuentan historias de nuestros ancestros. Cada pueblo y ciudad, con sus casas de piedra y tejados de pizarra, susurra relatos de tradiciones vivas, donde el tiempo parece haberse detenido; la simplicidad de la vida rural se encuentra con la riqueza de la cultura, creando un espacio donde cada visita nos invita a perdernos y redescubrirnos en la belleza de lo auténtico.

Aquí, mi refugio fue el encantador hotel Moulin du Roc, donde el murmullo del agua relata cuentos antiguos por la noche. Este precioso hotel, con su histórico molino, su arquitectura rústica y acogedora, me ofrecía un paisaje de ensueño, donde la naturaleza y la historia se funden en un abrazo. Mi enorme suite fue un portal al pasado donde la elegancia clásica de la campiña francesa estuvo presente en cada rincón.
En el Moulin du Roc, las cenas son un ritual, una celebración de la gastronomía regional. Platillos típicos, desde el foie gras que se derrite en la boca hasta el arroz caliente con hongos y trufa, me llevaron en un viaje de sabores, cada bocado un homenaje a la tierra que me acogía. La calidez del vino local danzaba con cada plato, como un viejo amigo que brinda compañía. El talentoso y carismático chef propietario Alain Gardillou lleva el arte culinario en la sangre; su madre fue ella misma chef de cocina doble estrella en la guía Michelin. A los dieciséis años, comenzó su aprendizaje en la escuela hotelera de Boulazac, curioso para conocer todas las facetas de su profesión y ha ma multiplicado su conocimiento con grandes chefs como Joël Robuchon.

Al día siguiente visité Brantôme, la Venecia del Périgord, que me recibió con sus canales y puentes antiguos. Paseé por sus calles empedradas, donde el eco de las risas se mezclaba con el suave murmullo del agua. Las fachadas de piedra, vestidas de verde, narraban historias de antaño, mientras el aroma del pan recién horneado se deslizaba por el aire. La mañana me llevó a explorar la iglesia de Abadía, cuyos muros guardan secretos de siglos pasados, y me detuve a admirar la serenidad del paisaje que se reflejaba en el río desde la torre secreta del conjunto. Cada rincón de Brantôme parecía vibrar con una energía única, un lugar donde el tiempo se detiene y la vida se saborea.
Mi curiosidad me llevó a la Coutellerie Nontronnaise, un taller donde el arte del cuchillo se desplegó ante mis ojos. Allí, la tradición se entrelazaba con la destreza, cada hoja forjada con pasión y precisión. Observé cómo las manos expertas daban vida a herramientas que son más que simples objetos: son la extensión de una historia, un legado que perdura en el tiempo. Conversé con los artesanos, quienes compartieron sus conocimientos y la historia de cada herramienta, transformando lo cotidiano en algo mágico que hoy en día adorna las mesas de los mejores restaurantes de Francia y el mundo.

Mi experiencia en esta zona de La Dordogne culminó en el restaurante Bandiat, donde la mesa se convirtió en un festín de sabores. Cada plato era una obra maestra, una sinfonía de ingredientes frescos que celebraban la riqueza de la región con originalidad y un estilo único. Los postres, deliciosos y sorprendentes, me hicieron sonreír, una despedida perfecta para un día lleno de descubrimientos. El chef propietario de Bandiat, Grégoire Rousseau, heredó el gusto por la cocina de su abuela, que dirigía un Relais & Châteaux antes de abrir su propio restaurante, donde Grégoire trabajó desde muy joven. También se inspiró en la tradición durante sus prácticas en restaurantes con estrellas Michelin: Saint-James en Bouliac, Plaza Athénée, y Santi Santimaria en España.
La Dordogne, con su belleza serena y su herencia cultural, se grabó en mi corazón. Cada instante, cada sabor, se convirtió en un verso eterno en la poesía de la vida, recordándome que los viajes no son solo destinos, sino experiencias que enriquecen el alma con la ayuda del Comité Departamental de Turismo Dordoña Perigord.

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