Degustando el alma de México en Octavia

El alma de México se sirve en platos que cantan. Así lo descubrí una noche que parecía escrita en tinta de cacao y resplandor lunar, cuando crucé las puertas de Octavia, ese templo discreto y elegante enclavado en el corazón del hotel Maison Mexico. Cenar aquí es un acto de amor. Cada rincón susurra historias, cada copa refleja las luces cálidas de una ciudad que no duerme, y cada bocado… ah, cada bocado es una epifanía.

En Octavia fui recibida por aromas que no necesitan idioma. Me sentí invitada a un ritual ancestral y futurista a la vez, donde los ingredientes –maíz, cacao, chile, humo y tierra– se elevaban a una forma de arte que se come. Detrás de este hechizo culinario está el chef Jonatan Gomez Luna, un alquimista de sabores que transforma la historia en vanguardia.

En sus manos, la tradición mexicana se reinventa. Cada platillo es una ventana abierta a un México que conocí en cuentos y que ahora probaba en suspiros. En esta velada única, tuve el privilegio de entregarme al menú Tradición, una travesía gastronómica que honra el alma mexicana con creatividad, respeto y una belleza casi mística.

La ceremonia comenzó con una bienvenida líquida: mezcalita con sauco y pepino. Una caricia etérea que refrescó cuerpo y espíritu, como si la naturaleza misma me invitara a cruzar un umbral sensorial. El primer platillo, un delicado tartar de hamachi sobre hoja de quelites, me habló en susurros verdes y marinos, uniendo la nobleza del pescado con la frescura de la tierra en un abrazo inesperado. Fue un instante de armonía pura, como si el campo y el océano se hubieran citado en secreto para celebrar.

Después llegó la tartaleta de camarón a la talla, coronada con polvo de chile y cacahuate. Ahí estaba la costa del Pacífico, vibrante, profunda, desatada. Cada bocado era un fuego controlado, una danza de texturas y memorias de playa, de humo, de brasas al atardecer.

Después, un poema en tres actos: escamoles con chileatole, tuétano rostizado y maíz. Una declaración de amor a lo antiguo, a lo sagrado. El maíz, base de nuestra cultura, se fundía con la untuosidad del tuétano, mientras los escamoles aparecían como joyas vivientes, recordando que en lo pequeño también habita el milagro.

La experiencia alcanzó su clímax con un pork belly con hongos y mole de Xico. Aquí, el chef residente Efren Oswaldo Chan mostró su genio sin reservas. El mole, oscuro y profundo como una noche sin luna, abrazaba la carne con un cariño antiguo. Los hongos aportaban misterio, humedad, secretos del bosque. Todo era umami, ternura, fuerza contenida. En ese plato, sentí el México que honra a sus ancestros pero camina hacia el futuro sin miedo.

Los vinos de la degustación con maridaje, curados como joyas líquidas, danzaban con las notas de cada platillo como si ambos hubieran sido soñados en la misma noche estrellada, desde Casa Madero hasta No Te Soporto de Baja California.

Octavia es un homenaje al alma de México, una conversación entre abuelas que cocinaban a fuego lento y nietos que miran al futuro con paladar inquieto. Es un país servido en porciones poéticas, donde la historia se degusta.


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