Poesía en cada plato: Octavia

Escondido como un secreto brillante dentro del exquisito Hotel Maison Mexico, Octavia es un restaurante donde cada rincón parece susurrar poesía al oído. Al cruzar sus puertas, el bullicio del mundo se disuelve. Todo aquí se ralentiza, como si el tiempo mismo decidiera respirar más despacio. El ambiente —envolvente, elegante, profundamente íntimo— invita a entregarse a un viaje sensorial que no conoce mapas, pero sí emociones.

La noche comenzó con una mezcalita de sauco y pepino, una joya líquida que refresca como el rocío en la madrugada. Su ligereza es apenas un disfraz de la complejidad que la habita: la frescura del pepino se enreda con la nota floral del sauco, mientras el mezcal, con su espíritu ahumado, cuenta historias que parecen brotar desde la tierra misma.

El tartar de hamachi con quelites fue un susurro del mar enamorado del campo. Delicado, preciso, sin excesos. Un equilibrio sublime entre lo salino y lo vegetal, entre la caricia del pescado crudo y el verdor ancestral de los quelites. Es un plato que habla bajito… pero se queda.

La tartaleta de camarón a la talla llegó como un estallido solar: crujiente, chispeante, profundamente festiva. En ella conviven la memoria de la cocina costeña con la sofisticación de lo bien ejecutado. El polvo de chile y cacahuate, travieso y nostálgico, deja un guiño de infancia en el paladar.

Pero fue en el siguiente acto donde el corazón se detuvo para escuchar. Escamoles con chileatole, tuétano y maíz: una oda a nuestras raíces. El tuétano, suntuoso y reverente, se desliza como un canto grave. El chileatole —denso, casi ceremonial— envuelve los escamoles con respeto y ternura. Y el maíz… el maíz es el alma. El centro de todo. Sabe a historia, a ritual, a hogar.

Entonces, llegó la oscuridad luminosa del pork belly con mole de Xico y hongos. Un plato que se siente más que se describe. El mole, profundo como un suspiro contenido, abraza al cerdo con una intensidad que emociona. Los hongos, con su sabor húmedo, casi místico, completan la escena como si fueran custodios de un templo antiguo.

Cada copa de vino —elegida con una precisión casi poética— acompañaba este banquete como un narrador alterno. Desde un Casa Madero que habla de herencia y territorio, hasta el provocador y deliciosamente irreverente No Te Soporto, los vinos tejían puentes entre cada sabor y cada emoción.

Maison Mexico es una experiencia sensorial envuelta en arte y calma. Sus texturas, sus maderas, sus silencios, componen una sinfonía de elegancia discreta. Un espacio donde el diseño no grita, pero enamora. Donde cada rincón parece haber sido pensado para suspirar.

En el corazón de esta casa encantada está Octavia, el templo culinario del chef Jonatan Gómez Luna, un alquimista de los sabores que no cocina: invoca. Cada platillo es un hechizo bien medido, una carta de amor a México escrita con fuego lento, con respeto y con asombro.


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