
En Maroma, A Belmond Hotel, cada platillo es un susurro del alma maya, una caricia cálida del fuego y un eco profundo de la tierra. Aquí, entre la espesura que canta y el mar que respira, la gastronomía se convierte en un lenguaje sagrado que se pronuncia con manos artesanas y se escucha con el corazón abierto. Es ceremonia, es legado, es poesía servida en vajilla de barro o fuego. Y como si el tiempo decidiera detener su paso en la arena blanca de la Riviera Maya, comer en Maroma es detenerse también uno mismo: inhalar el momento, saborear la memoria, brindar por lo esencial.
Woodend, creación del chef Curtis Stone, es un templo levantado sobre brasas. No hay artificios: sólo ingredientes reverenciados y el poder transformador del fuego. En este rincón donde el mar se deja ver entre cortinas de palma, la sencillez se vuelve sofisticación. Un pescado fresco, una verdura apenas arrancada de la tierra, una carne que ha conocido la libertad: todo pasa por la llama, como si el fuego fuera un alquimista ancestral que sabe devolverle el alma a cada bocado. Comer aquí es mirar al mar y agradecerle, sentir el crujir de una corteza dorada y pensar en el sol, beber un vino natural y cerrar los ojos para escuchar la selva desde dentro.
Unos pasos más al interior de Maroma y se revela Casa Mayor, donde la cocina canta a México con cuchillo y molcajete. Más del 90 % de lo que aquí se sirve viene de estas tierras, muchas veces de manos mayas que cultivan con ritual y cosechan con canto. El maíz criollo se vuelve tortilla a mano, el cacao se funde en moles que tardan días en ser susurro, y las salsas nacen con piedra y sudor, no con prisa. En cada plato hay un relato, y en cada relato, una emoción que no necesita traducción.

Y entre copa y trago, entre luna y sobremesa, está Freddy’s Bar, un altar de la brisa marina donde los cócteles tienen espíritu y las ostras se sirven con vista al horizonte. También está Bambuco, rincón de los alquimistas de la bebida, donde el mezcal se transforma en verso líquido y la mixología se inspira en flores, frutas y leyendas. Cada sorbo es un viaje a través del paladar y el alma.
En Maroma, cada espacio gastronómico es más que un restaurante: es un acto de amor al territorio. Desde las brasas sagradas de Woodend hasta la mexicanidad contemporánea de Casa Mayor, desde el trago de mar en Freddy’s hasta la poesía líquida de Bambuco, todo aquí se entrelaza como lo hacen los hilos en un telar maya: con intención, con belleza, con herencia. Comer en Maroma es, en el fondo, rendir tributo a lo vivo: al maíz que canta, al cacao que late, al fuego que nunca duerme.
